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Vuelo a mis orígenes, vuelvo al pueblo de mi infancia, las casa son viejas pero con la misma textura blanca que tanto caracterizó a estos pueblos. Esas paredes descalichadas, permiten ver el paso del tiempo por el deterioro constante de los tapiales, como se nota que ya no hay manos que blanquean estas fachadas. Al irse la gente, mi padre emigro hace años, las casas se han ido muriendo poco a poco, como los enfermos que mueren de tristeza, por la desilusión de no verse útiles.
Volvemos a pueblo en peregrinación familiar, acompañando a mi padre que tantas veces había pospuesto este viaje, y por una vez todos juntos habíamos venido a recordar y los nietos a conocer “el pueblo” el centro de las todas las historias que siempre la daba por contar a padre.
Nos reunimos ante los restos de la fachada de lo que había sido la casa del “Chinvala” el mote por cual deberíamos ser todos conocidos al ser mi padre el hijo mayor; en la ciudad esto se perdio por el anonimato. No se porque, nuestra la casa esta en peor estado que ninguna, sería que nos habría añorado más que las casas del resto del vecindario a sus dueños. Siempre fuimos “Los Chinvalas” muy sentimentales, y la casa, como no, salio a la familia.
Después de esta primera estación, seguimos el vía crucis hacia la plaza mayor, donde la gran casona de los "Menglarejo", seguía en pies enfrente de la Iglesia. Ambas construcciones como si de un duelo se tratara, envejecían al mismo ritmo. Las piedras de sillería estaban intactas en su sitio, y las rejas aunque oxidadas y decrepitas estaban firmes en el mismo lugar de siempre. Pero estos edificios tan solemnes también estaban tocados por el vestigio de la edad habían perdido el techo, no quedaba ni vigas ni tejas y por cualquier grieta brotaban las malas hierbas, recordando a un aristócrata calvo y con pelos de las orejas.
La última estación (me salto 11 pues es pueblo era pequeño y al poco estábamos en las afueras) era nuestro objetivo... "el campo santo"... Con tres de las cuatro paredes aun erguidas, y con la verja cerrada con un alambre. Rompimos el alambren, y empujamos la puerta que cedió después de varios intentos.., una vez allí buscamos los restos de la lapida de los abuelos, fue difícil pues las tobas y las hierbas habían invadido todo, dejando ver por aquí y por allá restos de cruces y de tumbas. Nos situamos frente los familiares difuntos, aun se distinguian el nombre y la parte de la fecha que parecia que ponía 1855-1915. Rece un padre nuestro, y posteriormente saque la urna con las cenizas de mi padre y la deposite allí, con los suyos.
Tal vez debíamos tener miedo, y seguro que a la mitad de mis amigos vería grotesco hacer este viaje, pero para mi era algo muy natural, muy intimo, pues que miedo puedes tener si estas en tu casa, con los tuyos, trayendo a casa como era su deseo a tu padre. Se me callo una lagrima no se si de dolor, tristeza o alegría, el caso es que llore. Mi marido me abrazo, y salimos lentamente por el mismo camino que minutos antes habíamos hecho, dejando cerrada la puerta del cementerio como símbolo de respeto mas que de funcionalidad. Recogimos a los niños que jugaban en la plaza ajenos al duelo, nos montamos en el coche y nos marchamos, quitando del medio la única nota de modernidad que habia visto el pueblo en años.
1 comentario:
Que dolorosa tarea .
Mi Pa descansa en una Parroquia , es lindo la tranquilidad , pero aún asi duele mucho .
Un abrazo !
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